La piscina londinense es un rectángulo transparente de material acrílico con capacidad para 150.000 litros de agua que cuelga entre las dos torres del Embassy, a unos 35 metros del suelo, en el nuevo barrio de Nine Elms, al sur del Támesis. En esta sky pool espectacular, y por supuesto privada, los residentes del complejo pueden chapotear de un extremo a otro sintiéndose entre las nubes (o en el séptimo cielo), mientras disfrutan de inmejorables vistas de la noria de Londres o de la antigua central eléctrica de Battersea.
Para Justin Tallis, corresponsal en Londres de la CNN, se trata de un excepcional logro técnico, “la mayor piscina colgante autosostenida del mundo”. Una obra maestra de la ingeniería recreativa diseñada por el estudio de arquitectura Arup Associates, que se fabricó en Colorado y recorrió 5.000 kilómetros hasta su lugar de destino.
¿La feria de las vanidades?
Lo que Heathcote considera intolerable, es que la piscina se eleve sobre las viviendas de protección oficial del muy cercano barrio de Vauxhall, ahora en pleno proceso de gentrificación acelerada, pero con sus credenciales de vecindario de clase obrera, “degradado y desprovisto de servicios y zonas verdes”. Heathcote encuentra “deplorable” que el ocio extravagante de los ricos sea exhibido de manera “impúdica” en un entorno urbano como este, “donde los proyectos urbanísticos ultracapitalistas coexisten con islotes de sorprendente miseria.
La flamante piscina viene a ser una de las joyas de la corona del nuevo barrio de Nine Elms, una zona de cerca de 200 hectáreas entre los puentes de Lambeth y Chelsea, ahora en pleno proceso de transformación y que aspira a convertirse en los próximos años en distrito de negocios y área residencial de lujo. Los promotores prevén construir en este entorno un total de 17.000 nuevas viviendas, algunas de ellas tan exclusivas como las que ofrece el Embassy Gardens a un precio nunca inferior a medio millón de libras, en el caso de los apartamentos más baratos.
El de Londres no es ni mucho menos el único caso reciente en el que las piscinas se han convertido en objetos de controversia.
Manuel Español, profesor de lingüística y traducción en la universidad de Laval, en Quebec, cuenta que también en el Canadá francófono está arraigando profundamente la cultura de la piscina privada al aire libre: “Se ha convertido en un signo de estatus, a pesar de que el clima aquí es tan riguroso que apenas es posible hacer uso de ellas entre 15 días y un mes al año, por lo que construirse una no deja de ser una frivolidad carísima”.
No hablamos de modestas albercas o piletas de plástico, sino de enormes y extravagantes piscinas con diseños de fantasía que muy rara vez cuestan menos de 150.000 dólares canadienses, el equivalente a unos 100.000 euros. “Si vives en una residencia unifamiliar de los suburbios de Quebec City o Montreal y aún no tienes una piscina en el jardín, eres un fracasado” concluyó el experto.
Texto original tomado de
El País.